La acupuntura es una técnica terapéutica que se originó en China hace unos tres mil años y se fundamenta en la consideración de que todo el cuerpo es recorrido por una energía (Qi) a través de doce líneas o canales a los que se denomina meridianos (King) y en los que se ubican 361 puntos sobre los que, insertando agujas se puede actuar para corregir el desequilibrio de energía que ha producido una enfermedad o la afección de una parte del cuerpo o un órgano concreto.
Las agujas son muy finas, lo que hace que apenas se sienta nada en el momento de que son insertadas. Si acaso, un ligero calambre que los expertos achacan a la movilización de la energía Qi.
La Acupuntura continúa siendo en China y el mundo asiático un tratamiento de primera elección en relación con numerosas enfermedades, llegándose incluso a utilizar como método de anestesia en intervenciones de cirugía abierta. Y esto es así a raíz de la experiencia acumula a lo largo de los últimos tres mil años. Sin embargo, desde la perspectiva de la medicina occidental hace apenas unos 20 años que se ha comenzado a realizar ensayos clínicos para determinar su eficacia, lo que se ha podido demostrar en alguna de sus aplicaciones, como es el caso del tratamiento del dolor. Pese a ello, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha reconocido oficialmente su eficacia.
La acupuntura se utiliza para el tratamiento de numerosas enfermedades: depresión, problemas musculoesqueléticos, alergias, vértigos, problemas digestivos, alteraciones del sistema circulatorio, enfermedades ginecológicas, estrés, dolor, migrañas, etc.
El lugar en que se colocan las agujas y la cantidad de las mismas dependerá de la enfermedad que se vaya a tratar y el órgano o parte del cuerpo que esté afectado por ella. Se insertan en los puntos de los meridianos relacionados con cada órgano.
Depende del problema que se vaya a tratar. Pero habitualmente cada sesión se prologa entre 20 y 40 minutos. Son necesarias varias sesiones –el número depende de la dolencia que se está tratando– para completar un tratamiento, con una frecuencia que puede variar de dos sesiones semanales a una mensual.
Depende de la enfermedad que se esté tratando. En algunos casos se nota una mejoría inmediata y en otros se necesitan varias sesiones antes de que ésta sea perceptible. Incluso hay ocasiones en las que tras la primera sesión puede sentirse un ligero empeoramiento de los síntomas para luego tener una mejoría progresiva.
Si la realiza un experto debidamente formado no tiene por qué producir efectos adversos u ocasionar daño alguno al paciente. Por ello es importante asegurarse de la cualificación profesional del especialista al que se va.
Fuente: sanitas.es