La artritis reumatoide es una enfermedad crónica y degenerativa que se caracteriza por provocar la inflamación de la membrana sinovial (membrana que alimenta, protege y cubre los cartílagos) de las articulaciones y en los tejidos circundantes. En algunas ocasiones la artritis puede tener un comportamiento extraarticular y dañar órganos y sistemas como el corazón, el riñón y el pulmón. Por este motivo es una enfermedad sistémica.
La inflamación de esta membrana es la responsable del dolor, de la hinchazón claramente visible, de la sensación de rigidez que los pacientes pueden sentir por las mañanas y de la pérdida de la movilidad articular. Afecta con más intensidad a unas articulaciones que a otras, principalmente a las más móviles como las manos y los pies, los codos, los hombros, las caderas, las rodillas y los tobillos.
Si la inflamación permanece de forma mantenida y no se controla puede acabar dañando los huesos, los ligamentos y los tendones que hay alrededor de la articulación. Esto puede provocar una deformidad progresiva de las articulaciones y la pérdida de la capacidad para realizar movimientos y tareas cotidianas.
La causa de la aparición de esta enfermedad es desconocida. Se han estudiado agentes infecciosos como las bacterias o los virus y, aunque se han encontrado datos sugerentes en algunos casos, aún no hay evidencias que confirmen su implicación.
Los especialistas creen que puede tener un origen genético puesto que el propio sistema inmune ataca a las articulaciones porque no las reconoce como propias y por ello se inflaman. Lo que se conoce como enfermedad autoinmune. Asimismo, se cree que ciertas proteínas que se transmiten de forma hereditaria podrían predisponer a la enfermedad.
Las diferencias en la frecuencia de la enfermedad hacen que los especialistas también sugieran que existen factores medioambientales que intervienen en la aparición de la enfermedad.
Síntomas
La enfermedad comienza de forma lenta e insidiosa con manifestaciones generales que presentan otras enfermedades, como la fiebre o la astenia.
Sin embargo, el síntoma principal de esta enfermedad es la afectación de las articulaciones diartrodiales. Inicialmente se produce una inflamación que resulta apreciable a simple vista y causa dolor en el individuo que la padece. Junto con la inflamación, pueden aparecer otras manifestaciones como son el aumento de volumen, rigidez tras el descanso nocturno que va desapareciendo progresivamente a medida que el paciente ejerce su actividad diaria, debilidad muscular y limitación de la movilidad.
Asimismo, pueden aparecer abultamientos duros (nódulos reumatoides) en las zonas de roce de la piel como los codos, el dorso de los dedos de las manos y de los pies, que también pueden localizarse en el interior del organismo.
Si la enfermedad está en un estado avanzado, el paciente puede tener alguna deformidad debido al deterioro progresivo de las articulaciones afectadas. Además, puede evolucionar y afectar a órganos vitales como riñones o pulmones.
A menudo causa sequedad de la piel y las mucosas. Esto ocasiona una inflamación y posterior atrofia de las glándulas que generan las lágrimas, la saliva, los jugos digestivos o el flujo vaginal.
También puede producir algo de fiebre y, en ocasiones, inflamación de los vasos sanguíneos (vasculitis), que provoca lesiones de los nervios o llagas en las piernas (úlceras). Otros síntomas son la inflamación de las membranas que recubren los pulmones (pleuritis) o de la envoltura del corazón (pericarditis), o bien la inflamación y las cicatrices de los pulmones pueden producir dolor torácico, dificultad para respirar y una función cardíaca anormal.
A largo plazo, las consecuencias de la enfermedad, abandonada a su evolución, son la limitación e incapacidad para la realización de las actividades laborales y de la vida cotidiana.
Prevención
En la actualidad no existe ninguna medida que ayude a prevenir la aparición de la artritis reumatoide. No obstante, los expertos recomiendan realizar actividad física de forma habitual para favorecer el uso de todas las articulaciones. Además, una vez que la artritis reumatoide se ha diagnosticado, recomiendan seguir adecuadamente el tratamiento para prevenir el avance de la enfermedad.
Tratamientos
La artritis reumatoide es una enfermedad crónica que en la actualidad no tiene ningún tratamiento que permita curar la patología. Sin embargo, las terapias farmacológicas y estrategias de tratamiento son muy eficaces y permiten un buen control de la enfermedad.
El tratamiento engloba dos tipos de fármacos: los que se utilizan para aliviar el dolor (antiinflamatorios y corticoides), y los que sirven para modificar la enfermedad a largo plazo. Estos últimos pueden ser efectivos semanas e incluso meses después del tratamiento.
Si la enfermedad está muy avanzada, el paciente puede necesitar cirugía.
El primer paso que debe dar una persona diagnosticada con artritis reumatoide para adaptarse a su enfermedad es evitar llevar una vida agitada y los movimientos bruscos. Además, conviene que estos pacientes evitan aquellos trabajos que requieran un ejercicio físico intenso. Durante la jornada laboral, deben mantener una posición recta en el asiento y evitar permanecer con el cuello o la espalda flexionados durante mucho tiempo. Asimismo, durante el reposo es conveniente mantener una postura adecuada, evitar doblar las articulaciones y mantener los brazos y las piernas estirados.
Respecto al calzado, los especialistas aconsejan que sea elástico, firme y de piel. El talón debe estar sujeto, la puntera ancha y el empeine lo suficientemente alto para que no se produzcan rozaduras.
La obesidad puede provocar una sobrecarga sobre las articulaciones, por ello, hay que intentar llevar una dieta sana y equilibrada y evitar aumentar de peso.
Fuente: cuidateplus.com